Desperté con una fuerte resaca, al lado de un largo y moreno cuerpo, y yo ni cuenta me había dado que aún estaba vivo, en la mismísima casa de mis padres, después de aquella sinfonía amelodiosa pero muy expresiva de lo que podría estar sucediendo en mi cuarto; gemidos y jadeos del dolor placentero que causé en ella, ver cerrar sus ojos y sentir clavar sus uñas en mi espalda la noche anterior. Era inexplicable pues lo que recuerdo era no estar a la altura de las expectativas y sin embargo, fueron muchos los gemidos y cuasi gritos que emitía aquella chica a quien recién conocía y cuyo rostro cada vez menos recuerdo ante el cruel fugaz paso del tiempo. Era una calurosa mañana y yo presentaba una fuerte erección que se acentuó al ver de cerca, aquella fuente de placer, y es que tenía en mi cama a una chica de 18 años, totalmente desnuda, y el bajo vientre dejaba entre ver poco a poco un completo depilado pubis. Que más podía yo pedir en una mañana de locos. Finalmente al ver este bello espectáculo, caí a la tentación nuevamente, esta vez totalmente cuerdo y muy caliente me deleite unos segundos y aún no recordaba el porqué tanta susceptibilidad despertaba en una mujer quien sabía su oficio, pues siempre imaginé que sólo mujeres experimentadas sexualmente se depilan de esa forma, además el hecho de haber acabado en la cama la misma noche en que la conocí, corroboraba mi teoría.
Luego de terminar la abrace tiernamente y dije algo, que en algún sueño desquiciado y muy feliz, repetí muchas veces: “te quiero mucho”. Eso confirmaba que aún extraño aquel sueño, en el que despertaba al lado de ella, día tras día, horas gastadas en sexo, atenciones y amor, aquel sueño, en el que despertaba al lado de ella, la felicidad etérea.
Al día siguiente y con pruebas en mano, entendí todo claramente, ella era una virgen que no sabía porque estaba perdiendo su virginidad y yo no entendía que la estaba perdiendo.
Lo que pareció un gran triunfo, una hazaña digna de contar ante la impaciente audiencia masculina, termino por convertirse en un dramón, en una tragedia de la cual nunca pensé ser víctima, pues siempre vapuleé a quien le pasaba esto, pero esta vez me paso a mí, la persona menos indicada. Y es que ahora extraño tanto, aquella mezcla de nerviosismo, ansiedad, temor e incertidumbre que podía producirme alguna mala acción o traspié que haya cometido en el pasado, pues nada se compara a esto, lo que estoy sintiendo ahora. Se trata de algo nuevo, que me ha extraído a la superficie de la realidad, exponiéndome casi en carne viva, ya que ahora no sólo estoy desempleado y sin amor en la vida, sino que además corro el riesgo de traer al mundo a otro ser, y convertirme así, en parte de una historia más, en un mundo lleno de abortos y embarazos no deseados.
Una mañana soleada y calurosa de un 8 de marzo, dejaban entre ver que en este día tan extraño, estaría envuelto en un agobiante calor que no haría más que darle mayor peso a la cruz que cargaba en mi espalda desde hace unos días, y darle el toque irónico a lo que sucedería horas después, al hacerte creer que se tratase de un lindo día. Y es que todo estaba claro, sabía lo que tenía que hacer, pero la espera me agobiaba y supongo que a ella también. A simple vista, ella pareciese disfrutar del día soleado y de la compañía de su “madrina” de turno, quien le aconsejaba amicalmente, como si se tratase de un día de campo, bajo la sombra de los árboles de un parque, en un banco sentada. Al frente, a unos pasos, mi “madrina” y yo buscando la sombra de otro árbol, sentados en un banco, en ese parque también, en el cual las palabras de mi acompañante se perdían entre el eco del bullicio de la gente, los carros y los pájaros; y mis pensamientos que giraban en torno a ese momento crucial.
No había vuelta atrás, no podíamos traer al mundo a una criatura producto de una noche de locura, pues no existía una relación entre nosotros, a diferencia de otras parejas que han pasado por lo mismo. Lo nuestro fue “de una noche”, y que de un momento a otro, paso a ser una noche inesperada. No había vuelta atrás y ya estábamos dentro del consultorio, tan solo esperando. Conversaba con mi “madrina”, mientras que la fiel amiga estaba sentada al frente, mirándonos de vez en cuando. Traté de ver a través de sus ojos, de ver si había algún indicio de mirada inquisidora y sino la hubo, pues lo imaginé claramente.
El tiempo pasaba lentamente, y se hacía una eternidad, pero las manecillas del reloj indicaban lo contrario, era sólo yo y mi maldito nerviosismo. Tras una débil pared acartonada, moría una niña que jugo el papel de ser adulta. Murieron con ella también, todas sus ilusiones y pasaban a ser parte de la nada, ante el paso cruel de una mujer que iniciaba su vida sexual de manera decepcionante y quizás traumática. Ya no sería lo mismo para ella, ya no sería lo mismo para mí, todo sigue su curso, y finaliza o porque mejor no decir “muere” una etapa en nuestras vidas. Ella dejó esa burbujita abruptamente y yo me fusiono cada vez más a la mierda de este mundo y muero algo más en mi continuo andar, deshumanizándome y haciéndome merecedor del mismo averno.
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